Al otro lado de Howard, una muchacha tímida y feúcha del
Instituto Tecnológico de Massachusetts, de visita en Wellington, trataba de
explicarle la física experimental que ella estudiaba. Howard hacía cuanto
buenamente podía por escuchar mientras comía, y formular preguntas que
mitigaran el efecto del franco desinterés de Victoria, pero al cabo de diez
minutos agotó las preguntas plausibles, y al fin la terminología intraducible de
dos mundos dispares trajo el desencuentro entre la joven física y el
historiador del arte
La buena voluntad de Howard se agradece,pero se ve que no es suficiente. Creo que hay plastas en ambos mundos, en ciencias y en letras, como cantaban los Stones It´s the singer, not the song. Ahora bien, creo que hay más posibilidades de dar la castaña al prójimo cuando uno habla de algo que no es lo suyo pero que acaba de descubrir, o que no es su profesión pero es su hobby.
Por ejemplo, un científico que hace versos, o un hombre de letras que ha leído en el suplemento dominical de un periódico un artículo sobre la clonación o algo así. Del propio trabajo uno debería ya estar harto. Luego el científico es pesado y cursi cuando habla de letras (valga este blog como ejemplo) y el hombre de letras desvaría hablando de ciencias.
En cualquier caso, antes de tirar la toalla con el compañero de mesa conviene, como el buen Howard, agotar las preguntas plausibles