Para saber de química se consiguieron el curso de Regnault, y lo primero que aprendieron fue que “los cuerpos simples son tal vez compuestos”.
Se distinguen en metaloides y en metales, diferencia que no tiene “nada de absoluto”, dice el autor. Lo mismo es aplicable a los ácidos que a las bases, “porque un cuerpo puede comportarse como un ácido o como una base, según las circunstancias”.
Esta observación les pareció extravagante. Las proporciones múltiples inquietaron a Pécuchet.
- Me parece a mí que, dado que una molécula A, supongamos, se combina con varias partes de B, esta molécula debe dividirse en otras tantas partes; pero si se divide, deja de ser la unidad, la molécula primordial. En resumen, no lo entiendo.
- ¡Tampoco yo! – decía Bouvard.
Lo mejor el final, ese no entenderlo espetado cual alumno de la ESO, con la seguridad de que el fallo está en la propia ciencia o en su defecto en el profesor. Bouvard y Pécuhet se pasan así toda la novela, ciencia tras ciencia.