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Así que una
historia de números- le dije a Zack.
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Sí. Y de fe y esperanza. Si quieres que tu cuento sea
inmortal, nada como una gran dosis de fe y esperanza. Mogollones de fe.
Raciones extra de esperanza.
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Hermano, deben molarte mucho los números o algo así.
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¿Qué me molan? De hecho odio los putos números. Pero
cuando los miro no hacen ruido dentro de mi cabeza, como sucede con las
palabras y las letras. De hecho, me dan cierta paz. En clase de mates me la
pasaba mirando las ecuaciones, pero mi mente se mudaba a un lugar feliz hasta
la hora del recreo.
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Yo odiaba las mates.
Todos asentimos con nuestras
cabezas. Serge, en cambio agitaba la cabeza de un lado a otro, escandalizado
Efectivamente la gente tiene muy claro si le gustan y/o se le dan bien las matemáticas o al contrario. Es además una decisión que se toma muy temprano, desde chico uno tiene claro si le gustan o no. Y no admite medias tintas, poca gente dice a mí las matemáticas ni fu ni fa, se me daban normal y no me disgustaban pero tampoco me emocionaban. Algo parecido ocurre en las memorias o autobiografías con el papel del padre, o son unas excelentes personas e incluso genios o unos seres malvados que arruinaron la infancia del autor o indignamente torpes. Pocas veces se encuentra algo así como: mi padre era un señor normal, o como en los versos de Manuel Alcántara: "Era bueno o malo, lo mismo que cualquiera..."
Yo, como Serge en el texto, también me escandalizo.
Yo, como Serge en el texto, también me escandalizo.